Avatar

El mejor embalaje de la historia del cine (7).

Ayer vi Avatar. Durante todo el fin de semana, además de las semanas anteriores había procurado mantenerme alieno a toda la corriente de información que surcaba internet sobre esta película. Sabía lo suficiente, que sería una maravilla audiovisual y seguro que, estando Cameron detrás, como mínimo un entretenimiento efectivo. Al terminar la película puedo afirmar que creo que tenía razón y que, por desgracia, tampoco es mucho más (aunque ojo, no digo que sea poco).

Y es que Avatar, sin duda alguna, pasará a la historia del cine posiblemente como una pionera pese a no ser la primera por apostar por esta tecnología, y lo hará porque Cameron consigue hacer por primera vez del recurso de la tridimensionalidad algo más que un recurso más efectista que efectivo. Porque la película de Cameron no abusa en ningún momento de las imágenes holográficas, se centra en todo momento en jugar con la profundidad de campo, en convertir los escenerios y la ambientación de Pandora en un mundo preciosista, pero donde no persigue que el espectador se sienta dentro de él sino que simplemente pueda obervarlo con el mayor detalle posible.

En cierto modo, Cameron ha entendido el salto al cine 3D como el paso que sigue a la alta definición y lo único que puedo decir en este aspecto es que el resultado es difícilmente mejorable y que ciertas panorámicas y escenas serán, seguramente durante bastante tiempo, de lo más bonito y espectacular que se podrá ver una sala de cine. Porque pese a buscar en la tridimensionalidad una mejora en la calidad visual, Cameron ha aprovechado al máximo cada enfoque y la fotografía para sacar el máximo partido a esta tecnología.

Pero, como ya he mencionado que me esperaba, Avatar es poco más que eso, un envoltorio inmejorable, medido, pulcro, perfecto, hecho con mucho oficio, pero que en ningún momento tiene la intención de arriesgar más de la cuenta (como para hacerlo después de haber metido 300 millones encima de la mesa y 4 años de trabajo). Una película que cuenta una historia contada una y mil veces con mínimas variaciones, y es que seguro que al salir os acordaréis de títulos como Pocahontas, Bailando con Lobos o el Último Samurai.

La misma historia en un nuevo contexto, pero contada con un ritmo envidiable. Porque pese a sus casi tres horas de metraje no da opción al más mínimo amago de bostezo o de mirada por debajo las gafas al reloj. Las escenas de acción ofrecen espectáculo y las escenas de diálogo desgranan la historia captando tu interés. Poco importa que a cada nuevo elemento que te presenten sepas que peso y papel vaya a tener en la trama posterior. Poco importa que sepas el desenlace mucho antes de llegar a media película y poco importa que los personajes, sin ser exactamente planos, sí que respondan a arquetipos vistos una y mil veces.

También comprendes, e incluso llegas a perdonar, la ambientación y diseño de personajes tan cercana a Disney y terminas por asumir que lo que la película simplemente pretendía ofrecer es una historia inócua y ya conocida, pero contada con especial esmero y precisión, queriendo acercarse al abanico más amplio de público posible mientras ofrecía una muestra de lo que seguramente será el cine en el futuro.

Por mi parte diré que pese su historia, personajes e incluso ambientación no aporten nada absolutamente nuevo, no me importaría lo más mínimo volver a pagar por ver la misma película en el cine (aunque eso sí, esta vez desde un asiento central y no un lateral) y no creo que esta película persiguiese poco más que eso: ofrecer el mayor espectáculo visto en una sala de cine y ofrecer al espectador la primera película que realmente justificase el desembolso extra que supone ver una película en tres dimensiones. Huelga decir que por mi parte, ha cumplido con creces las expectativas, aunque quizá sea cierto que tampoco eran especialmente altas para el bombo que le habían dado.

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