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Una absoluta maravilla y un tributo al cine (10).

No es una película para niños, aunque la disfrutarán. Es una película para que todos los adultos vuelvan a experimentar la magia del cine y vuelvan a sentirse niños. Para que vuelvan a quedarse con la boca abierta ante la pantalla. Una película que mientras los niños se reirán, los adultos sonreirán. Un homenaje al cine que es cine en mayúsculas. Una película llena de referencias y guiños a películas claves en la historia del cine y que además lleva consigo un mensaje en su trasfondo, evidente, pero no redundante.

Una película técnicamente maravillosa, pero donde el apartado técnico termina quedando en segundo plano ante la preciosidad de sus planos y lo cautivador de sus secuencias. Sus primeros cuarenta minutos son una delicia, simpáticos y entrañables. Y cuando el robotito abandona la tierra la película no baja excesivamente el pistón. La historia de amor es de las más emotivas que recuerdo a pesar de lo inanimado de sus protagonistas, y Wally posiblemente el personaje animado más expresivo que se haya creado jamás. La práctica ausencia de diálogos favorece un mimo exhaustivo en el lenguaje corporal de los protagonistas acercando el séptimo arte a la poesía en lo que se convierte en un festín visual tremendamente sutil y muy preciso. Y el final, a pesar del happy end inevitable y absolutamente ineludible (recordemos que no deja de ser una película para que la vean lo niños) es redondo. La película no se hace larga en absoluto y es realmente entretenida.

Lo dicho, una película dirigida a los niños, pero hecha por adultos y pensando especialmente en ellos, donde nada parece estar ahí por casualidad. Una película redonda. Una maravilla y una auténtica obra de arte.

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